Y fue una mañana de julio lavando trastes,
corrí hacia un castillo junto a mi hermano
salimos de un lugar que hasta hoy no recuerdo,
él entró primero ahí me entere que el supremo había muerto,
llame la atención a tan grave e inapropiado comentario,
luego lo vi vestido de blanco y sonriéndome,
lo abrasé y le acaricie el rostro, pude sentir su barba crecida,
le conté que hacia mucho que deseaba su atención,
me miro, me sonrió,
luego me contó una historia de aquella mujer de hierro
que no sabia arar pero podía manejar un arma
llego una de las hijas del hombre y la mujer de hierro,
reprochándome un deseo y el empezó a morir de nuevo,
¡No mueras! ¡No mueras!, gritabale al oído, ¡No mueras abuelo!
Conmovedor. Tienes una poética interesante, persevera.
ResponderEliminarSaludos...
gracias!!!!
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